miércoles, 16 de enero de 2013

La cápsula del tiempo

Jamás pensé que me iba a poner nerviosa por algo así. Sentía todo un enjambre de avispas zumbando en mi estómago. Era todo un acontecimiento que no quería perderme, llevaba veinte años esperándolo. Allí estaba, cerrando la comitiva de amigas, camino del lugar donde habíamos enterrado la cápsula.

Susana y María seguían tan guapas, tan rubias, tan… tan presumidas e inaguantables como entonces. Parecían no haber madurado. Llevaban todo el día hablando de mechas, de si haces esto te quedarán mejor las uñas, y haciendo lo otro tu maquillaje te quitará diez años de golpe… ¡Por Dios, que llevábamos un montón de tiempo sin vernos! Además, no se habían atrevido a decirme lo gorda que estaba, pero noté en sus escrutadoras miradas que lo pensaban.

—Esperadme—les grité, y sacando fuerzas de flaqueza conseguí ponerme a su altura— Creo que es detrás de aquel montículo…
—Tienes razón Ana, ¡por fin hemos llegado!—exclamó Susana al tiempo que María y ella se abrazaban y daban saltitos de alegría, lo que me dio vergüenza ajena.

Encontramos el sitio exacto donde teníamos que cavar. Saqué de mi mochila la pala y, después de mirarlas para recibir su consentimiento, comencé a escarbar. Al principio me costó un poco pues la tierra estaba muy dura en la superficie. Sin embargo, en cuestión de cinco minutos la pala chocó con la caja metálica. La emoción invadió mi cuerpo. Mis manos temblaban mientras la extraía. Me dejé caer hacia atrás y la deposité en mi regazo. Ellas se sentaron enfrente, muy cerca de mí. Sacamos cada una nuestra llave y las introdujimos en los candados correspondientes. La caja se abrió y vimos las tres bolsas en su interior.

Comencé yo abriendo la de María. Contenía un bote de rímel y una nota que decía que no nos olvidáramos nunca de utilizarlo. Al oírlo comenzaron a soltar aquellas risitas que tanto me irritaban. María abrió la de Susana. Dentro había un mechón de pelo rubio y una nota en la que deseaba que las canas no poblaran nunca nuestras cabezas. Otra vez aquellas risitas…

Por fin Susana abrió la mía y examinó el interior—. ¿Dos barbis sin cabeza?—preguntó incrédula mientras desdoblaba la nota—. Ha llegado la hora—leyó en voz alta, a la vez que mis manos levantaban la pala hacia el cielo ante sus miradas de pánico.

1 comentario:

  1. ¡Que bueno Eduardo! Ostras, me ha encantado. Este es mi género.
    El final impactante.

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