martes, 22 de enero de 2013

Encapsulada

¿Es posible que sólo tú vivas de esa forma una experiencia tan extraordinaria? Apasionada, decidida, gallarda como siempre… sola. No podrías asegurar si fue hace diez horas o apenas unos pocos segundos cuando desnuda te has introducido en la cápsula abierta por la mitad. Una vez dentro, agarrando con fuerza la otra mitad del artefacto, lo has atraído hacia ti y sin quererlo te has sumido en la oscuridad más absoluta. Te has colocado los auriculares como si hubiera alguien fuera que pudiera transmitirte un importante mensaje, que pudiera comunicarse contigo, pero sólo hay música. Instintivamente te has llevado el protector a los ojos y manipulando el pequeño mando has conseguido poner en marcha el mecanismo. Un repentino e intenso ruido se mezcla con la música. Parece la turbina de un reactor. Tus pechos, ahora violáceos, conservan la turgencia, pero tiemblan rítmicamente.
No eres consciente de qué puede estar pasando en el exterior, no sabes si permaneces quieta o si te desplazas a doscientos metros por segundo. Es una sensación similar al vacío, ingravidez, tensa calma, quizá quietud. Al menos el oxígeno sigue alimentando tus pulmones. Te adormeces…
Otra vez sobresaltada. En uno de esos respingos vas a golpearte como no tengas cuidado. Consigues dejar atrás la enésima ensoñación, pero esta vez se apodera de ti un extraño sentimiento. Y percibes un aroma frutal que no te resulta agradable. Tu situación se vuelve cada vez más agobiante. No sabes lo que ocurre. No recuerdas nada. Tu percepción espacio-tiempo no resulta en absoluto fiable, y sumida en esos pensamientos parece que vas a levitar sin cambiar la postura corporal. Flotas o acaso vuelas, tumbada y sin mover un solo músculo. Es ahora cuando le encuentras más sentido que nunca a eso de que todo es relativo. Sonríes y otra vez la calma.
¿Cuándo acabará esta esquizofrenia de sensaciones en que estás envuelta? Te concentras, te relajas, evalúas y concluyes que pronto todo habrá terminado. Necesitas desentumecer los músculos, cambiar de postura, salir corriendo. No puedes. Tú lo has elegido. Aparece como un flash por tu mente una imagen nítida. Una niña con vestido de gasa trotando alegre por un campo de flores. ¡Qué feliz eras esos veranos de tu infancia! ¡Qué lejos quedan ahora!
De repente, un sofocante calor te invade. Notas como se abre uno a uno cada poro de tu piel y las gotas de sudor resbalando sin freno por tu tembloroso cuerpo. Te vendría bien refrescarte. Quieres agua, mucha agua… Otra imagen de la niña, esta vez bañándose en un río cristalino. Nunca hasta ahora lo habías meditado, pero ya comprendes que este mundo sin agua no podría existir, al menos tal como lo recuerdas. Y tú sigues ahí metida. Tu agobio es creciente, casi se convierte en claustrofobia. Y tu debilidad, evidente. Dejas la mente en blanco. Decides que si no piensas todo acabará más rápido. Una última imagen. La niña se introduce en un ataúd sin perder la sonrisa. Un escalofrío recorre tu espina dorsal. ¡Joder…!
Un pitido estridente te devuelve a la realidad. Abres los ojos y no ves nada. ¡El protector! Sales de la cápsula, apagas todo, te duchas y en cinco minutos caminas por la calle. ¡Hay que ver lo que cuesta ponerse morena! Las sesiones te van a provocar un infarto si no dejas de imaginarte esos rollos apocalípticos. Aliviada sonríes. Menos mal…

4 comentarios:

  1. Buena Eduardito.
    Las experiencias con LSD tuvieron su impacto en ti jejejejej..
    Besos mil

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay Juanito Juanito y yo sigo esperándote para ir a la cabalgata...

      Eliminar
  2. Eres adictivo Eduardo. Este relato es uno de mis preferidos del concurso y así lo puntué.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Martina, quizá me salía un poco del objetivo de la ciencia ficción, pero la credibilidad del narrador en segunda persona la conseguí.Un saludo

      Eliminar