viernes, 11 de octubre de 2013

El secreto de Almudena

La puerta del aula se abrió y comenzaron a salir todos los veinteañeros que se disponían a afrontar un nuevo fin de semana, probablemente bañando en alcohol todos sus conocimientos sobre Derecho Romano, Civil, Penal y materias por el estilo. De repente se unió al flujo de universitarios que caminaban con prisa por el pasillo. Su larga melena azabache de rizo amplio acababa donde empezaban sus interminables piernas. Llevaba la carpeta apoyada en sus firmes pechos, y el bolso, colgado del hombro derecho, pugnaba con el cabello por reposar en su trasero redondo y respingón. Su mirada, al frente como de costumbre, irradiaba un resplandor esmeralda que inundaba su tez morena. Sus labios finos pero bien marcados y su nariz juguetona contribuían, y de qué manera, a imprimir un aspecto felino en su rostro y encajaban de forma precisa en su carácter jovial y en su innato gracejo andaluz, que después de casi ocho años desde que abandonara Córdoba y llegara a Madrid, todavía conservaba.
Ocho años hacía ya desde que aquel trágico accidente se cobrara la vida de sus padres. Fue cuando se desplazó a casa de su tía, su único pariente vivo, hasta que una repentina y fulminante enfermedad se la llevó cinco años después. Se quedó sola en este mundo, con una casa que mantener y unos estudios recién comenzados que no estaba dispuesta a abandonar. Ahora, a sus veintidós años, ya cursaba cuarto de Derecho y veía más cerca la meta. Aceptar aquel trabajo, aunque duro, había sido un gran acierto.
    ¡Almudena!
Giró sobre los tacones de sus botines y su brillante cabellera ondeó, acompañando a cámara lenta su movimiento, como en un anuncio de champú.
—Ah, hola Rafa… ¿Sabes? Tengo un poco de prisa.
—Escucha… sólo quería saber si te gustaría acompañarme esta noche a una fiesta que celebramos en mi colegio mayor.
Clavó sus ojos verdes en la cara sonrojada del chico. Notó en sus tensos músculos faciales lo mucho que debía de estar costándole dar ese paso. Jugueteó un instante con su fino jersey a juego con sus ojos y revisó con la mirada que el ceñido vaquero no tuviera ni una sola arruga. La verdad es que Rafa le gustaba, le gustaba mucho. Cualquier chica de la facultad entregaría sus bienes más preciados por salir con él, y ella, que lo tenía a sus pies, avergonzado y nervioso como jamás había visto a nadie, no podía permitirse esa distracción. Estaba totalmente segura de que esa noche tendría trabajo.
—Lo siento Rafa, pero ya tengo otros planes.
—Pero… si…
—Lo siento de verdad. Nos vemos el lunes—zanjó con firmeza
Dio media vuelta y siguió su marcha con seguridad. El chico quedó petrificado durante unos segundos, los mismos que tardó Almudena en desaparecer por la puerta. Salió a la luz del mediodía de mayo, buscó sus gafas de sol en el bolso y se las puso con determinación. Le fastidiaba tanto no poder llevar una vida normal que a veces pensaba en mandar el trabajo bien lejos. Esas dudas duraban sólo unos segundos. Sabía que eran muestras de debilidad que no podía permitirse. Terminaría la carrera y montaría un gabinete con lo ahorrado. Entonces sería la hora de buscar un buen chico y de vivir como ella quería.
Una constante vibración en su bolso la devolvió a la realidad. Ahí estaban sus trescientos o cuatrocientos euros si la noche salía normal, mil o mil quinientos si se trataba de un pez gordo.
—Hola soy Katy…
… Ok, a las nueve en el Palace…
… De acuerdo, allí estaré.
Colgó. Sin duda era alguien con mucha pasta. Un paso más hacia su sueño. Esa noche le habría gustado más estar rodeada de chicos de su edad bebiendo cerveza que en un hotel de cinco estrellas. ‹‹No se puede tener todo en esta vida››, pensó.

lunes, 7 de octubre de 2013

Lo más importante...

Tras una temporada ausente, hoy intento retomar este sitio donde coloco mis trastos, los nuevos, los viejos, los poco usados, los largos y también alguno corto, e incluso alguno que tomo prestado. A esta última categoría corresponde el que os enseño, aunque nunca se supo a quién pertenecía:

Hoy, en la ciudad, todos, absolutamente todos, se levantaron con granos de azúcar en los labios. Pero sólo se dieron cuenta los que, al despertarse, se besaron.