lunes, 3 de diciembre de 2012

Otra vuelta de tuerca, by molus

Otra vuelta de tuerca (1898), de Henry James.
Última edición: Editorial Siruela, Madrid, 2012. Traducción Jesús Bianco
En este cuento de terror, un padre contrata a una institutriz a la que encarga la educación de sus dos hijos. Para hacerse cargo de los niños, la institutriz deberá trasladase a la mansión en la que viven, donde será testigo de una serie de fenómenos que escaparán a cualquier explicación lógica.
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No la he leído todavía, asi que voy a imaginar como podría empezar:


Otra vuelta de tuerca, by molus

Caminaba por los jardines anexos a la mansión Beatyland. El invierno llegaba con prisa. Apenas llevaba allí dos semanas, lo suficiente para que los enormes árboles quedaran desnudos. Cada día a esas horas salía con los niños a pasear. Le gustaba el crujir de las hojas secas bajo sus pies, mientras ellos las lanzaban hacia el cielo y muchas quedaban enredadas en sus cabellos dorados y rizados. Eran gemelos de seis años, muy guapos, de tez blanca y ojos claros, de expresión vívida pero a  la vez misteriosa. Algo había en sus miradas que todavía no lograba comprender y cada vez le inquietaba un poco más.

Giraron al final del último seto, que separaba el estanque de la entrada a la casa, y se apresuraron a subir las escaleras. Entraron al hall principal. Grace seguía impresionada por las increíbles balaustradas de mármol que acompañaban la escalera del mismo material hasta el piso de arriba.

—Dan y Ron, vayan a sus aposentos a dejar sus ropas de calle. Les espero en la biblioteca para tomar un té caliente y unas pastas. No se entretengan por el camino que les conozco.
—Sí señorita—respondieron, sincronizados como de costumbre.

Subieron raudos los blancos peldaños y desaparecieron en el piso superior. Grace se encaminó a la cocina. La cocinera dio un respingo al verla aparecer.

—Siento haberla asustado señora Cronwell—se disculpó.
—No se preocupe, es culpa mía, últimamente veo fantasmas donde no los hay.
— ¿Usted también ve cosas raras? Así que, ¿no soy sólo yo…? —inquirió aliviada.
—No, señorita Grace, yo no veo nada, sólo era una forma de hablar—aclaró con sorna, dejando el cuchillo con el que estaba troceando cebollas encima de la mesa. Se puso a reír con estrépito y se introdujo en la alacena que servía de despensa.

Cogió la bandeja del té y se abalanzó al pasillo que llevaba a la biblioteca. No le gustaba quedar en ridículo y mucho menos hacerlo mostrando sus miedos. Miedos que, por otra parte, se habían multiplicado desde que pisó por primera vez la mansión. No estaba acostumbrada a una casa tan grande, al crujido de los suelos de madera, al juego de luces y sombras, al movimiento de las cortinas, probablemente propiciados por corrientes de aire…
Absorta en sus pensamientos llegó al umbral de la sala de lectura. Podía oír a los niños en el interior. Se habían dado prisa en bajar y estaban hablando con alguien. Su sorpresa fue mayúscula, el señor Beaty no iba a volver hasta la semana siguiente, por lo que no sabía de quien podía tratarse. Cuando se disponía a entrar, la conversación le hizo quedarse donde estaba, perpleja por lo que decían:

—A ésta no…—suplicaba Dan.
—Eso, eso…la señorita Grace nos gusta mucho—añadió Ron.
—Ya lo sabemos, pero…cuanta menos gente lo sepa mejor—musitó una voz grave y profunda.
—Hacedlo por nosotros, por favor, estamos hartos de cambiar de institutriz—dijo Dan.
—Eso, eso…se lo contaremos todo a Grace. Ella lo sabrá, se quedará con nosotros y no tendremos que contárselo a nadie más—sentenció Ron.
—No creo que sea tan fácil, corremos el riesgo de que no pueda soportarlo, que no quiera entenderlo y se vaya de Beatyland conociendo nuestro secreto.
—No lo hará, confía en nosotros—dijeron los gemelos al unísono.

Temblaba, estaba blanca como la cal y las piernas le tamborileaban bajo las faldas. De repente notó una gruesa mano que se posaba en su hombro derecho. Contuvo la respiración y se giró lentamente. No podía ser, no había nadie. Se giró de nuevo y se asustó tanto que dejó caer la bandeja al suelo. Allí, delante de ella, estaban Dan y Ron sonrientes.

—No se preocupe señorita Grace. Lo recogeremos luego. Pase y siéntese que tenemos muchas cosas que contarle—recitaron a la vez como si lo hubieran ensayado.

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