martes, 30 de octubre de 2012

El valor de lo efímero

Sacudió los brazos en un desesperado intento de descargar la tensión acumulada en los últimos tres meses. Cogió aire de manera brusca para llenar los pulmones y acto seguido comenzó a vaciarlos con lentitud, pausado y acompasado, y así bajó sus pulsaciones a un valor más acorde con un ritmo cardíaco dentro de los parámetros normales. Ya estaba preparado. Había entrenado cada una de las pruebas que iba a encontrarse en los minutos siguientes. No le importaban los sacrificios en forma de espacio desordenado en su casa o de horas de sueño perdidas. Desde que decidió prepararse para el concurso de habilidad más popular de la televisión perseguía un objetivo concreto. El dinero lo emplearía en satisfacer un deseo que anhelaba desde niño, una pasión oculta que, a pesar de no haberla practicado nunca, sabía que saciaría sus ansias de aventura. Hasta ese momento había optado por seguir los caminos convencionales, los flujos habituales por los que discurría el resto de la gente que conocía. Por primera vez transformaría una fantasía en realidad.

Con la mirada fija en un punto que sólo él veía, esperaba su turno, su oportunidad de obtener financiación para subir su adrenalina hasta límites insospechados. Por fin llegó el momento de demostrar a todos los que no habían confiado en su cordura que estaban equivocados, que habían merecido la pena tantas semanas dedicadas a ensayar esas dichosas pruebas. Sonó la bocina encargada de anunciar su entrada en el plató y se dispuso a realizar los ejercicios que le asignaron. Se puede decir que no lo hizo mal, fue un concursante luchador y obtuvo una cantidad de dinero aceptable.

Al llegar al aeródromo no pudo evitar pensar en ello. Lo había conseguido. Nadie encontraría la suficiente dosis de vergüenza para aconsejarle actuar de una forma o de la contraria. Se lo había ganado e iba a emplearlo en lo que quería. Mientras se enfundaba el mono de paracaidista recordaba esas largas noches sin dormir en las que se imaginaba el momento que se disponía a disfrutar. Pero algo no estaba resultando todo lo bien que había esperado. Meditó sobre el esfuerzo que le había supuesto ganar el premio del concurso y lo que le resultó más revelador, cuánto le hubiera costado ganarlo por los métodos corrientes. ¡Eran diez meses de trabajo por lo menos!

 Bajó de la avioneta antes de que se pusiera en marcha, dejó todos los aparejos en el hangar y comunicó su baja del curso en la oficina en la que media hora antes se había inscrito. Se montó en su coche y en el camino de vuelta a casa fue pensando un modo menos efímero de gastar su dinero.

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